​Algunos que mueren de insipidez: el yo

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Luis Manuel Flores

Las cuestiones del oficio me han correspondido en tiempo y espacio con una ancha diversidad de personalidades; algunas tan deleitantes que no contemplarlas en silencio sería una falta de respeto garrafal. Otras, en cambio, tan nefastas que el mismo silencio sirve como mecanismo para sobrevivir a sus fatales manifestaciones.


Es prudente decir que del primer grupo destaca la discreción, la reacción analítica y la entonación agradable como carta de presentación. Pero la ocasión no me convoca a una comparación de este con el otro grupo y mucho menos a plantear apologías sobre sí. Mejor demos sentido a la relación entre título y texto. ¡Vamos!


Sobreabundan los del yo -quienes suelen corresponder con los del “fui” y el “tuve” como familia existencial-, y son ellos quienes me motivan a escribir, porque, aunque el pasado sábado tuve la desagradable oportunidad de confrontar con uno de esta clase ya son varias las ocasiones en que he debido recibir el cansón estribillo del yo, yo, yo como introducción, desarrollo y conclusión en el contenido que expresan.


Sin duda alguna, tal experiencia me lleva a confirmar las conclusiones a las que había llegado sobre esta especie y a confiar en la capacidad de redactar un manual sobre su comportamiento. Pese a ello, y teniendo pendiente mejor disfrutar Operación Terranova, me limito a otorgr algunas señales de alerta para que haga lo que entienda con los emisarios del Yo.


Son de fácil detección: rebosan las instituciones públicas; suelen ocupar los departamentos de comunicaciones institucionales; alardean de los años servidos a un determinado medio (¡ay si ha sido de alcance nacional!); aunque esto parezca gracioso, cuestionan sobre los años de ejercicio desde tu graduación; suelen poseer escritura mediocre; poseen sobrada facultad para el servilismo; disfrutan sueldos de lujo [que solo el cumplimiento de lo anterior les permite devengar]; y finalmente, “yo soy periodista igual que tú” y “él no habla con la prensa”, para garantizar la estabilidad de su patrono, son oraciones que con certeza instintiva estarían lanzándote una vez agotado el carente manejo que les confiere la trivialidad de sus insípidas vidas.

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