Dramas migratorios

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Josefina Almanzar

Por Josefina Almánzar


En agosto de 1990 obtuve mi residencia norteamericana. Mis padres migraron en la década de los 70 hacia los Estados Unidos, específicamente a la ciudad de New York, alojados en el alto Manhattan, como la mayoría de los dominicanos y dominicanas.  


Mi residencia fue producto de la solicitud de mis padres, la misma me llegó a la mayoría de edad, sin yo tener una conciencia clara de lo que me estaban entregando en las manos, pues estaba estudiando la carrera de derecho y no tenía idea de cómo podía cambiar mi vida con una tarjeta verde, como se le llamaba en ese entonces. Con esa residencia viaje por 23 años de mi vida a diferentes Estados de los Estados Unidos y algunos países, donde por el solo hecho de tener una residencia norteamericana no tenías que buscar visado.  


Me sentía con una libertad envidiable. Ir y venir.  Elegir el destino y las fronteras estaban abiertas.  

Un día decidí entregarla de manera voluntaria y elegí tener a cambio, un visado norteamericano por razones personales. Luego, quise viajar a Europa y ahí tuve una travesía para obtener el visado de turista, lo cual no tenía idea de que para obtener un visado de esa naturaleza tengamos que batallar tanto.  ¡Era turismo! Cuánta frustración e impotencia sentí en el proceso.  


Quizás debí experimentar y vivir en carne viva ese proceso para aprender lo que sufren las personas que necesitan un visado porque es su única puerta de salida que les ofrece la vida. Esos que como dice Juan Luis Guerra, están buscando visa para un sueño. Pero no un sueño de hoteles, museos, jardines, parques, diversión, sino un sueño de trabajo, de realización. Un sueño que posiblemente envuelva su sobrevivencia como humano y la de su familia, si la tiene. Un sueño para unirse con sus seres queridos cuando están en ese otro país.  


Cuántos dramas, dolor, angustia, tristeza envuelven estos procesos migratorios. Qué costo humano han tenido las fronteras de los países.  Qué insensibilidad encierra los derechos de soberanía de los países en los cuales se amparan.  


Las personas no eligen nacer en un país rico o pobre. En un país de gente educada y civilizada o en un país de analfabetos funcionales, simplemente nacen. Quiénes somos para condenarlos a la miseria eterna, en el caso de los que nacen en países sin posibilidades ni opciones económicas?  


Alguien me decía, una vez, que migrar es un derecho, un derecho de vida. Pero ese derecho no ha sido valorado para buscar soluciones viables, al contrario el control, a veces abusivo de la migración ha servido para crear dramas, catástrofes humanas que han destruido familias y comunidades enteras.


Que han matado sueños, ilusiones. Que han deteriorado el corazón de la humanidad.  


Para controlar las fronteras no hay que construir muros ni destruir vidas.  


La autora es abogada y docente universitaria.  

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