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​Crónica de un senderismo planificado; una experiencia sin igual

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Grupo

Senderistas momento en que ascienden a la Loma del Chivo.


Todo inició a las seis de la mañana de un domingo sin igual; la Avenida Circunvalación Norte ofreció su majestuoso escenario para lo que sería un “rututeo” común, sin embargo, el astro sol, lucía diferente, sus rayos inyectaban mayor energía, los latidos del corazón, eran diferentes; presentimos que sería una grata experiencia, y así fue, un día inolvidable.


Una vez en el punto acordado, justo desde donde iniciaría la gran travesía, (caminando, con mochilas a cuesta y con palos como soporte), una selfi y un coro a viva voz, paso a paso, inició el recorrido, cuesta arriba, por la Loma de los Chivos, una colina con 479 metros de altitud, ubicada al sur del Monumento Natural Saltos de la Tinaja.


Antes de completar los primeros dos kilómetros, ya el grupo había conformado una hermandad indisoluble, conforme pasaba el tiempo las conversaciones se tornaban más amenas, con planes de futuras aventuras.


El trayecto hizo sus aportes. Regalos como la impresionante vista de la ciudad de Santiago, donde los edificios más altos decían “hasta pronto”, con sus imponentes estructuras; hasta las miradas silentes de la Flor del camino, y los ladridos de los perros.


Mientras los más resistentes avanzaban sin demora, los menos ágiles disimulaban sus pausados pasos con incontables tomas fotográficas, como para justificar.


Las casitas de madera, el caballo, el gato y los niños disfrutando del columpio improvisado, justo al lado del lodo y los caminos intransitables, el perfecto contraste entre los castillos y cabañas levantadas en aquel lugar, donde parecería que solo los chivos podrían saltar, simbolizan el contraste entre lo mucho y lo poco, lo injusto y hasta lo que parece normal.


El reloj marca el avance del tiempo, justo cuando el trayecto muestra un inusual descenso. El ánimo sigue arriba pese al candente sol, y las gruesas gotas de sudor transitan por la frente de la pequeña de seis años junto a su madre, y por la espalda del señor que trata de ocultar los cabellos plateados por la edad.


Las 25 almas exploradoras, junto a Firulai, continuaron con buen ritmo, el camino serpenteado sigue mostrando su nobleza. Caen mangos de diversas especies, colores y sabores. También la pera hizo lo propio, el cacao, la chinola y el tamarindo también. Las melodías de sus ramas exigían cargar con sus botellas y residuos contaminantes.


Cuando las fuerzas comenzaron a mermar en algunos, y la adrenalina a jugar su papel, en otros, apareció el primer oasis, un diminuto arroyuelo que iniciaba su recorrido hasta encontrarse con nuestro punto focal: El Río Jacagua. A partir de entonces los ánimos se nivelaron, la emoción creció y el camino se hizo corto. Apareció entonces la escuelita de la comunidad El Níspero, como muestra de la civilización.


El deleite musical de las aves, grillos, ramas y hojas secas no pudo competir con la bachata que bailó el señor bañado de alcohol, trasnoche y despecho.


Rocas, cascadas, senderos, y el espesor del bosque se conjugaron con la sinfonía natural para hacer más especial la experiencia. La excursionista más joven de todos, pidió de comer, al igual que ella los demás aceptaron ser mortales, desenfundaron sus loncheras y los alimentos dejaron de ser propios, para ser de todos. Batata asada, casabe, enlatados y jugos fueron parte del suculento menú.


La travesía concluyó al cabo de cuatro horas justo debajo del puente amarillo que evoca la alegría por haber transitado parte de la Cordillera Septentrional, por el refrescante baño en El Saltadero y su cascada erguida teñida de cristal, y por disfrutar de las aguas de La Tinaja, un remanso de paz, un Monumento Natural, ubicado en la provincia Santiago, República Dominicana.

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