Por Lincoln López
Tronara, lloviera o venteara, todas las mañanas de lunes a viernes, Rafael Leónidas traspasaba invariablemente el umbral del sobrio edificio público para iniciar su rutina laboral.
La razón era que dominaba una disciplina civil tan estricta como la militar impuesta por ¨El Jefe¨, o “Generalísimo”, o ¨Benefactor¨...que era como se dice ley, batuta y constitución. El dictador se caracterizaba por ser egoísta y depravado, ególatra y militarista. Por tanto, existía socialmente, una verdad de Perogrullo: había muy poco espacio para la libertad.
Se podía apostar “pesos a morisquetas” que cuando sonaba la sirena del pueblo exactamente a las 7 y 30 de la mañana, hacía rato que Rafael Leónidas había iniciado sus labores usuales. Por una simple falta se podía perder el trabajo. Pero ese día, habría un antes y un después en la vida de Rafael Leónidas.
Llegó como siempre, correctamente vestido. Camisa blanca, pantalón y corbata, negros. Su atuendo le hacía aparentar mayor edad. No traslucía sus sentimientos, excepto esa mañana que estaba muy contrariado, tanto como aquel día cuando recibió la noticia de la frustrada expedición de Cayo Confites contra la tiranía. Desde entonces pertenecía a esa legión de desalentados.
Cerca de las 11 de la mañana, trabajando entre papeles… máquina de escribir...teléfono… firmas…sellos… se produjo la habitual entrega de cheques.
Rafael Leónidas desanudó su corbata negra, y comenzó a escribir y sumar su rosario de deudas. “Tanto para la casa...Tanto para la comida...Tanto para los intereses y capital del préstamo…Era obvio, no sabía qué hacer. Su mirada se perdía en lo infinito. Como fanático del Zodíaco, toma y abre el periódico en la página 8, y su signo dice: “LEO. Del 22 de julio al 21 de agosto: “Alguien pudiera encontrar sus ideas demasiado fantásticas. Tal vez esa persona carezca de imaginación. Evite a los que puedan bloquearle”.
A Rafael Leónidas le brillaron los ojos, alzó las cejas y razonó: “Ya sé lo que voy a hacer”. Guardó el cheque en el bolsillo de la camisa, y se dispuso a dejar el salón de trabajo. Le hace un chasquido con las manos, a su compañero de trabajo contiguo a su escritorio, indicando que se iba ausentar.
Presuroso sale por uno de los pasillos del Palacio de Justicia: la sirena de La Tabacalera parte en dos el día, mientras Rafael Leónidas se pierde entre el hormiguero humano de la calle Del Sol para parrandear la ¨Regalía.
Este es uno de los tantos cuentos recogidos en patios santiagueros.
Y así, con motivo del nacimiento del primer varón de Rafael Leónidas aunque fuera con su amante, empezó ese viernes la fiesta, allá en el bar ¨La Barranca¨ que miraba de reojo las aguas del río Yaque, y como se iba inundando el ambiente, una mezcla de bullicio y ron con el contagioso son de Piro Valerio:
“Lo dice La Mulatona, y lo dice de verdad que ella si se va conmigo, por ay por la madrugá”
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