“La grandeza humana péndula de Dios”

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Luis Federico Santana

Por Luis Federico Santana J.


La presente generación es la que más ha escrito y hablado sobre el hombre.


Podría hablarse de la época de los humanismos, por las tantas reflexiones sobre la persona humana que pululan en los medios radiales, escritos, televisados y en las mismas redes sociales.


Curiosa y contradictoriamente, ésta es también la época en donde los hombres sufren las peores angustias y problemas personales y sociales: injusticias, explotación, abusos de poder, pobreza, hambre, exclusión, maltrato, entre otros.


Ya lo dicen los obispos latinoamericanos reunidos en Puebla – México en 1978, cuando se referían al rebajamiento del hombre a niveles antes insospechados. Lamentan los obispos el que los principales valores humanos, hayan sido conculcados.


¿Cómo explicar que hoy se hable tanto del hombre, precisamente cuando menos se le tome en cuenta?

¿Cómo es posible que haya hoy tantos humanismos, cuando paradójicamente se maltrata a la persona, se le humilla y se somete a padecimientos jamás pensados?


Este tratamiento indigno al hombre se produce, curiosamente, en una época caracterizada por las ciencias, la información, las tecnologías y las redes sociales.


Lo que ocurre, dicen los obispos, es que los humanismos que se exhiben hoy son parciales y fragmentarios. Se trata de humanismos elaborados de espaldas a Dios.


Un humanismo que desconozca a Dios como fundamento, razón y sentido de la existencia humana; es un humanismo incompleto y parcial.


Hace falta asumir con firmeza un humanismo integral, que tome en cuenta todas las dimensiones de la persona humana.


Citada por el Documento de Puebla, la constitución pastoral Gaudium et Spes (Gozos y Esperanzas), del Concilio Vaticano II, toca el fondo del problema humano cuando asegura: “El misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo Encarnado.”


No podemos, por tanto, escudriñar y analizar el misterio del hombre, separado del misterio de Dios. La dignidad humana es el resultado de que el hombre haya sido creado a imagen y semejanza Dios.


Gracias al Evangelio, la Iglesia posee una concepción auténtica e integral del hombre. San Ireneo escribía: “La gloria del hombre es Dios, pero el receptáculo de toda acción de Dios, de su sabiduría, de su poder; es el hombre,” de ahí la estrecha relación que existe entre el hombre y Dios.


El hombre no puede ser jamás, un ser sometido a los procesos económicos, sociales o políticos. Por el contrario, es el hombre quien tiene que someter al mundo y todo lo que hay en él. Para eso cuenta con la inteligencia que Dios ha puesto él.


“Sean fecundos y multiplíquense, llenen la tierra y sométanla. Tengan autoridad sobre los peces del mar, sobre las aves del cielo y sobre todo ser viviente que se mueve sobre la tierra” (Génesis 1, 28

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