EL AVIADOR, SANTIAGO, R.D. – Ricuras de Doña Esperanza nació en 2016 como el sueño cumplido de una mujer de 76 años, Doña Esperanza, quien, luego de una vida dedicada a la educación, decidió rescatar la tradición de los dulces artesanales dominicanos. Con apenas 100 pesos y tres potes reciclados, elaboró su primer dulce de lechosa con piña, dando inicio a un negocio familiar que hoy cuenta con cuatro sucursales en distintas ciudades del país.
Rafael Correa, hijo de Doña Esperanza y actual gerente general, destaca cómo el proyecto ha logrado preservar la esencia de los dulces tradicionales, mientras innova con sabores únicos como helado de sancocho, auyama o berenjena en crema de leche. Incluso su hija, desde pequeña, ha aportado ideas para desarrollar una línea moderna de helados criollos, con el objetivo de marcar una diferencia en el mercado.
Aunque Nagua —ciudad donde nació el negocio— carece de infraestructura turística formal, Ricuras se ha convertido en un atractivo gastronómico que recibe visitantes de todo el país. Rafael critica la falta de acción estatal para completar el malecón de Nagua, pero destaca cómo iniciativas privadas, como la suya, han contribuido al desarrollo local.
Actualmente, Ricuras funciona bajo un modelo de franquicia y ha sido reconocida por entidades como la Fundación David Collado. Su historia inspira a jóvenes emprendedores: “Tú puedes vender batata, pero debes hacerlo con pasión, estructura y propósito”, afirma Rafael. El proyecto emplea a 27 familias y continúa en expansión, con planes de abrir una sucursal en Santiago en los próximos meses.
Más allá de ser un negocio, Ricuras de Doña Esperanza representa el legado de una familia que ha sabido mantener viva la cultura dominicana a través de la fe, la pasión y el trabajo en equipo. Rafael asegura que, a pesar de las dificultades, la gracia de Dios ha sido el motor que ha impulsado el crecimiento del proyecto, tanto dentro como fuera del país.
Comentarios