Durante años, se alzaron voces advirtiendo lo que hoy es una cruda realidad: la aviación dominicana se tambalea peligrosamente al borde del colapso. El Tratado de Cielos Abiertos —presentado como una puerta al desarrollo y la conectividad internacional— está resultando ser, en la práctica, una amenaza letal para las aerolíneas nacionales.
Advertimos, una y otra vez, que abrir de forma indiscriminada nuestro espacio aéreo —bajo el argumento de atraer turismo y fomentar la conectividad— pondría en jaque a las empresas locales. Pero los actores clave del sector, ya sea por comodidad o indiferencia, optaron por el silencio. El resultado está a la vista: nuestras aerolíneas enfrentan serias dificultades, desplazadas por gigantes extranjeros con mucho mayor respaldo financiero y operativo.
El gobierno del presidente Luis Abinader debe asumir su cuota de responsabilidad. No es sostenible sacrificar la aviación nacional en nombre del crecimiento turístico. El desarrollo verdadero no puede limitarse a llenar camas de hotel, sin importar si los visitantes llegan en avión, helicóptero o platillo volador. El país necesita una política aérea estratégica, no una fantasía de cielos abiertos sin dirección ni propósito.
¿De qué nos sirve tener vuelos directos a destinos sin demanda real? Para eso existen las conexiones inteligentes. Aerolíneas como Copa han demostrado que se puede ser eficiente sin caer en excesos. Sin embargo, aquí se ha vendido una apertura total como si fuera progreso, cuando en realidad solo favorece a unos pocos.
Peor aún ha sido el silencio de quienes debieron hablar: pilotos, técnicos, empresarios, autoridades. Muchos optaron por callar o mirar hacia otro lado, dejando el terreno libre para que intereses externos marcaran la pauta.
Hoy, quienes aplaudieron este tratado como un gran logro deberán rendir cuentas cuando no quede ni una sola aerolínea dominicana en el aire. Y cuando llegue ese momento —si no se corrige el rumbo— no bastarán las excusas ni los tecnicismos. Será demasiado tarde.
Este no es un ataque al turismo ni a la inversión extranjera. Es un llamado urgente a defender nuestra soberanía aérea, nuestra industria y miles de empleos dominicanos. Si no actuamos ya, la aviación nacional correrá la misma suerte que nuestras navieras: pasará a ser parte de la historia.
Y entonces, tal vez, quienes hoy celebran la apertura indiscriminada entenderán —cuando ya no haya vuelta atrás— que los cielos abiertos también pueden ser una trampa, disfrazada de oportunidad.
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