Cultura viva

¿Tiene que ser político nuestro teatro o no?

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Lincoln López

Por Lincoln López


Este título o tema para discusión resulta un tanto pasado de moda para nuestra realidad teatral. Quizás, para algunos mayores de edad, sea una nostálgica referencia a tiempos idos, cuando los grupos teatrales dominicanos —idealistas, populares, indefensos e independientes— nacían en nuestro país “como la verdolaga”.


La verdolaga es una planta herbácea que se reproduce y se extiende rápidamente sobre casi cualquier terreno. Bueno, algo así ocurrió en nuestro país con los grupos teatrales, que surgieron y se multiplicaron por casi todo el territorio después de la Guerra de Abril del 1965, y en el contexto mundial de la Guerra Fría, hasta que en 1989 cayó el Muro de Berlín, simbolizando el fin de esa etapa histórica e incidiendo en el proceso de decadencia de los grupos teatrales criollos de marcada tendencia política liberal…


El contenido político de esos años fue una de las excusas que usaron fuerzas antagónicas para marginar el teatro y retrasar su desarrollo. Pero no fue únicamente en esa época reciente que el teatro dominicano tuvo ese rol. No. También en otros tiempos, a lo largo de estos cinco siglos de existencia, nuestro teatro ha estado presente en distintos momentos históricos. En consecuencia, el teatro ha sido esencialmente político, tanto por su contenido literario como por su compromiso escénico.


Su presencia fue fundamental en tiempos de la colonia, cuando en 1588 el sacerdote y organista Cristóbal de Llerena escenificó en el atrio de la Catedral su famoso Entremés, una farsa que “aludía a la negligencia de los mandos jurisdiccionales”. Una denuncia directa contra el desatino de aquellas autoridades.


Otro ejemplo histórico fundamental del papel del teatro se dio en la época de Juan Pablo Duarte y los trinitarios, quienes lo utilizaron para crear conciencia en el público con el fin de lograr la Independencia Nacional. Obras como Roma libre o La viuda de Padilla se convirtieron en estandartes de la libertad política y de probada influencia.


Un tercer ejemplo, más reciente, es la obra del dramaturgo y director Franklin Domínguez con su sátira política Se busca un hombre honesto, aludiendo al golpe de Estado de 1963 contra el gobierno constitucional de Juan Bosch.


Respondo ahora a la pregunta-título: Sí. Nuestro teatro es político.


Ahora bien, eso no significa que sea estricta y exclusivamente político. Es genéricamente variado: político, trágico, comedia, musical, comercial…


Pero lo que no está bien es que el teatro de “consumo”, irreflexivo, vulgar y mediocre, sustituya al político. Debería existir una política cultural que lo apoye, además de una descentralización geográfica que permita que el teatro llegue a la mayoría del pueblo.


A menos, claro está, que la verdadera intención sea que prevalezca la ignorancia sobre la cultura.

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