DESDE MI CABINA DE MANDO

​No hay alianza posible si significa destruir lo nuestro

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Pedro Domínguez

Durante años, hemos sido testigos del lento pero constante deterioro de nuestra industria aérea nacional. Una industria que nació del sueño de Zoilo Hermógenes García, un visionario que en 1911 dio vida al Poliplano, sentando las bases de lo que pudo haber sido una aviación próspera y orgullosa. Hoy, ese sueño parece desvanecerse ante nuestros ojos, arrastrado por decisiones que priorizan intereses ajenos en lugar de proteger lo verdaderamente nuestro.


¿Cómo hablar de alianzas cuando esas supuestas asociaciones, en la práctica, significan la destrucción de lo poco que queda de nuestra aviación? ¿De qué sirve que los medios estén inundados de publicidad —algunos incluso comprando voluntades con anuncios costosos— mientras nuestros pilotos, técnicos, sobrecargos y personal de tierra ven desaparecer sus empleos y su dignidad?


Un anuncio, por costoso que sea, no llena mis bolsillos. Mucho menos mi conciencia. Me entristece ver cómo quienes promueven esta decadencia pretenden confundirme con su accionar diario, creyendo que unas cuantas cuñas publicitarias bastarán para comprar mi silencio o cambiar mi postura. No es así. No lo será nunca.


Sé que cuento con un equipo valioso que me acompaña en este espacio, y cada día valoro más su compromiso. Pero debo confesar con dolor que, ante la imposibilidad de ofrecerles lo que merecen por su excelente trabajo, he decidido continuar solo, con Por Aire, Mar y Tierra Radio y TV, y el diario digital ElAviador.do. No porque lo quiera, sino porque las circunstancias así lo exigen.


Cada día parece más cercano el final de la industria aérea nacional. Y si no corregimos el rumbo, si no tomamos medidas urgentes, lo que vendrá será aún peor. Existen amenazas latentes que pondrán en jaque las pocas plazas que quedan, y aunque muchos lo intuyen, el miedo los paraliza. Lucharán, sí… pero cuando ya sea demasiado tarde.


Quisiera decir muchas cosas más. Quisiera gritar verdades que, sé, podrían despertar a muchos. Pero en estos tiempos, la mala interpretación se ha convertido en un arma peligrosa, capaz de causar más daño que el silencio. Por eso, prefiero dejar que la historia juzgue y hable por mí.


Hoy veo con tristeza cómo algunos se visten de protectores de la industria, mientras la traicionan desde dentro. Vendedores de sueños vacíos, disfrazados de salvadores, cuando en realidad han sido parte activa del desastre. No pasará mucho tiempo antes de que todos los reconozcan por lo que realmente son.


Y cierro este artículo con una advertencia —aunque sé que muchos seguirán dormidos—: sigan durmiendo, que el despertar llegará. Lo harán cuando hayan perdido sus empleos y sea demasiado tarde para reaccionar. Pero cuando eso ocurra, recuerden que hubo voces que lo advirtieron. Y yo, con la frente en alto, estaré entre ellas.

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