Por Mons. Ramón Benito de la Rosa y Carpio
Las lágrimas de Santa Mónica fueron semillas de esperanza. Ella nunca se cansó de pedir por su hijo Agustín, aunque todo indicaba que su vida iba lejos de Dios. Su fe la sostuvo, convencida de que Cristo siempre escucha el corazón de una madre.
Hoy, muchas madres viven preocupadas por sus hijos: por sus decisiones, por los caminos que toman, por las pruebas que enfrentan. El ejemplo de Mónica nos anima a no rendirnos. Una madre que ora es una fuerza capaz de abrir puertas que parecen cerradas. Aunque los resultados no se vean de
inmediato, el Señor escucha siempre. La oración de una madre nunca cae en el vacío, tarde o temprano da fruto.
Hasta mañana, si Dios, usted y yo lo queremos.
Comentarios